Adiós

O de por qué y por qué no

Chau, no va más.

Roberto Goyeneche lo dice mucho mejor que yo…

Ya gastamos las balas y el fusil… Pero nadie vivió sin matar. Sin cortar una flor…

¡Ay qué bronca saber que me dejó robar un futuro que yo no perdí!

Vos ya podés elegir el piano para crear la música de una nueva vida, vivirla intensamente hasta equivocarte otra vez. Y luego volver a empezar. Y volver a equivocarte, pero siempre vivir. ¿por qué sabés que es vivir? Vivir es cambiar. En cualquier foto vieja lo verás.

Lo nuestro no fue ni ganar, ni perder. Fue tan solo la vida… ¡Chau, no va más!

Por qué.

Tengo que ser honesto: era un experimento. Quería saber la posibilidades que tenía de que esto, escribir de cosas haciendo que escribo del Atleti, fuese una posibilidad de vida.

No lo necesito, dirá alguien que me conozca (sin tener que matizar que se refiere a lo estrictamente económico), y tiene razón, pero sigo creyendo que no todo en la vida surge de la necesidad económica. Entre otras cosas, porque no es una cuestión de necesidad, sino de ilusión. O de salud mental. O de amor, yo qué sé.

Llevo escribiendo toda mi vida, independientemente de que la mayor parte de mi producción ya no exista, o que no haya salido nunca de mis cajones, o que esté perdida en algún lugar de mi disco duro. Esto de hacerlo del Atleti, que es con diferencia lo menos clandestino, lo llevo haciendo también desde hace muchos años, sin que haya tenido que dejar de comer por ello. Bien es cierto que tampoco me da de comer, pero no puedo negar que siempre he soñado con la idea de que no tuviese que ser así.

Hace tiempo que llegué a la conclusión de que enseñar la patita de Ennio Sotanaz de verdad, de forma remunerada, como voz autorizada y con posibilidades de crecer en el sector, estaba lejos de ser una posibilidad. Hay todavía hay algún valiente que me deja un hueco para expresarme (¡gracias Miguel!), pero cada vez es menos normal, os lo aseguro. Es muy difícil que alguien como yo consiga salir de la clandestinidad. ¿Por qué? Buena gana de intentar explicármelo a estas alturas. Seguramente por lo más evidente. Eso sí, he pasado ya demasiado tiempo cerca de esa puerta como para saber que solamente se abre desde el otro lado y que es inútil esperar a que alguien lo haga.

Quizá por eso pensé en la autogestión y en los canales de suscripción. Me puse a leer sobre ello y no parecía tan lunático. Era un poco osado, sí, pero imaginé que podría existir un buen puñado de personas que pagaría un par de euros al mes por leer lo que yo escribía. Si me lo curraba un poco, hacía algo distinto, personal, que se saliese de lo que ya está en otros sitios… No sé. Si encima aprovechaba para hablar de música, algo a lo que le he dedicado muchas horas y mucha pasión en mi vida, o de otras cosas de las que algo sé... No sé. Y si encima luego, cuando la cosa cogiese cuerpo, ampliaba las secciones (podcast, club de lectura, el fútbol explicado por alguien que no sabe de fútbol, queridos enemigos…) y metía colaboraciones de cualquiera de los muchos amigos interesantes que tengo…

Leí a los que saben del tema y apunté las estadísticas. Por lo visto, el porcentaje de personas que se hacen suscriptores de pago en una newsletter que comienza siendo gratuita suele estar por debajo del 10%. En comunidades de nicho, bien asentadas, pueda llegar al 15%. Entonces abrí mi cuenta de twitter y vi que tenía más de trece mil seguidores (hoy tengo exactamente 13.908). Es decir, eso me daba un número entre 1300 y 1950. ¡Joder, me vale!

¿Qué podía salir mal?

“Un cínico es un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada”.

Oscar Wilde

No eres tu cuenta bancaria, no eres el contenido de tu billetera…”, le decía Tyler Durden a su alter ego en "El Club de la Lucha”. Ya. Soy muy consciente, pero vivimos donde vivimos. Un mundo en el que, como dijo una vez Criss Jami, “a la lástima se le llama compasión, a la adulación se le llama amor, a la propaganda se le llama conocimiento, a la tensión se le llama paz, al chisme se le llama noticia y al auto-tune se le llama canto”. Y sí, un mundo donde al valor se le llama precio. Un mundo en el que no eres escritor si no vives de escribir y no eres músico si no vives de la música.

Un amigo periodista me dijo una vez que nunca, jamás, de ninguna de las maneras, escribiese gratis. Si quería, podía cobrar en algo que no fuese dinero, o también podía hacer como Mary Kate Danaher en “The Quiet Man” (El hombre tranquilo, de John Ford). Es decir, quemar la dote una vez que me la entregasen. Lo que no podía hacer nunca, jamás, de ninguna de las maneras, era hacerlo gratis. Primero, porque eso ponía en cuestión a la gente que tenía que hacerlo para vivir. Después, y mucho más importante, porque eso ayudaría a que la gente interiorizase algo que ya flota en el subconsciente colectivo: no hay que pagar por algo de naturaleza artística que haces porque te gusta, porque se te dan bien, o simplemente porque te sale del corazón.

Por qué no.

A estar alturas, creo que resulta obvio.

El día que lancé la newsletter se suscribieron 450 personas. Me puse muy contento. Muy pocos amigos o familiares se enteraron, así que los metí yo mismo en la lista. Tampoco eran tantos. Ese mismo día me llegaron ya un montón de felicitaciones y de muestras de cariño. Un montón pueden ser diez o quince, no os creáis, pero a mí eso me parece ya un montón.

La plataforma desde la que hago esto me permite obtener datos de seguimiento y por eso sé que esa newsletter la abrió el 80% de la gente a la que se la envié. Es decir, gente que había pedido que se la enviará. Me sorprende que dos de cada diez no lo hiciera, pero esa no es más que otra de las muchas cosas que no entiendo en esta vida.

Dos semanas más tarde, el número de suscriptores llegó a 635.

Y ahí se quedó.

Desde entonces ha subido hasta los actuales 645 y lleva ya varias semanas en las que el número no se mueve. O si lo hace, es exclusivamente hacia abajo (aunque me enorgullece mucho el que solamente seis personas se hayan dado de baja).

Lamentablemente, el resto de las cifras también van por el mismo camino. El porcentaje de apertura del correo por ejemplo (¡simplemente abrirlo!) ha bajado desde el 80% inicial (que ya me parecía bajo) hasta el 67% de la última newsletter. Lo ha hecho además de forma casi lineal.

Es decir, es obvio que el tema se desinfla.

Es decir, es obvio que, haciendo lo mismo, no va a cambiar a mejor (y no sé hacer otra cosa).

Es decir, tiene muy poco sentido hacer la newsletter de pago, porque no tendría ni para pagar el mantenimiento de la plataforma desde la que hago esto.

Es decir, no tiene sentido seguir.

Hacer “Murmullo de fondo” me encanta, os lo juro, pero me supone un tiempo que no tengo y un esfuerzo que, poco a poco, se transforma en frustración. Buena gana.

Es así y no pasa nada. Volviendo a parafrasear a Goyeneche: “…elegir el piano para crear la música de una nueva vida, vivirla intensamente hasta equivocarte otra vez. Y luego volver a empezar”.

Fue (muy) bonito mientras duró.

Y me voy a marchar, también en esto de poner canciones, con una asignatura pendiente: recomendar una voz femenina.

Una preciosa, por cierto, que pertenece a uno de esos discos que no podía dejar de escuchar en ese momento de mi vida en el que casi cualquier influencia que llegaba a mis oídos se me colaba dentro.

Una que, además, viene a cuento.

Me refiero a la de Harriet Wheeler, vocalista del grupo británico The Sundays, que allá por el año 1990 cantaba esta preciosidad llamada “Here is when the story ends” (Aquí es donde termina la historia).

Así que, sí. Aquí es donde termina la historia.

Antes, fundamental, quería dar las gracias a todos lo que estáis leyendo esto. De corazón. A los que estuvisteis desde el principio y a los que os subisteis al barco, forzados o no, por el camino. A los conocidos y a los desconocidos. A los que se hicieron visibles y a los que permanecieron anónimos. Incluso a ese porcentaje que nunca ha llegado a abrir los mensajes y que, aun así, un día decidieron suscribirse.

No sabéis lo que he disfrutado cada vez que, con nervios y prisas, le daba al botón de enviar. No sabéis lo feliz que me hacía cada mensaje cariñoso que recibía por mail o de viva voz. No sabéis lo contento que me ponía cada vez que alguien me paraba en el Metropolitano para decirme que me seguía. No sabéis lo que agradezco que me quieran.

En serio, os doy un millón de gracias.

Y sin duda, ha merecido la pena.

Nos vemos en cualquier sitio. Seguro

Un abrazo enorme… ¡y aúpa Atleti!

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