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Extranjeros
De caravanas de la fe, cositas del partido de Champions y los Byrds.
Inventemos la gacería

Cierren las ventanas, bajen las persianas y protejan a sus criaturas. Eviten las zonas comunes, practiquen la discreción y, sobre todo, por lo que más quieran, oculten su identidad pagana. Si no lo hacen, les auguro agotadoras sesiones de condescendía, reproches y sesiones interminables sobre cómo deberían ser, qué deberían soñar o qué deberían estar haciendo. Sesiones cocinadas en los cuarteles generales de la inteligentzia oficial e impartidas con rigor castrense por teleñecos de fidelidad probada. Prepárense, porque la caravana de la fe verdadera ha llegado para repartir verdad, poderío y ética de franquicia. Serán quince días de pesadilla (llevamos ya la mitad) en los que, como saben, los focos de la rabiosa actualidad amplificarán nuestra ya probada condición de extranjeros.
Porque lo menos preocupante de enfrentarse al Real Madrid en Champions es casi lo que ocurra sobre el césped. Eso no deja de ser un partido del fútbol en el que se gana, se empata o se pierde. Un espectáculo divertido, y normalmente emocionante, que ya sabemos cómo va. Hemos pasado muchas veces por ahí y, desde que está Simeone en el banquillo, todas las posibilidades están abiertas. Lidiaremos perfectamente con lo que ocurra y gestionaremos las emociones, los contratiempos y las consecuencias, sean las que sean. El problema, la desgracia, el foco inagotable de pereza, es tener que convivir al mismo tiempo con ese pesadísimo rodillo mediático, sociológico y administrativo que supone enfrentarse al “equipo de todos”.
Y no es ya tener que soportar el que las televisiones públicas, esas que pagamos entre todos, adopten siempre, de forma natural e inequívoca, la perspectiva de tu rival, o que los diarios deportivos traten a tu equipo como si fuese el Sporting de Sebastopol, o que ciertos periodistas, así se autodenominan, no tengan reparos en dirigirse al Atlético de Madrid con un elocuente: “ellos”. No, lo peor del asunto es que todos esos mensajes partidistas y cocinados, toda esa imaginería de la grandeza cutre, toda esa propaganda excluyente, suele acabar percolando en la sociedad común. En la que nos rodea. En la que vivimos. En la nuestra. Y ya lo decía Voltaire, los que pueden hacerte creer en absurdos, pueden hacerte cometer atrocidades.
Lo que toca esta semana, queramos o no, es escuchar pacientemente los mensajes del Politburó, que llegarán desde todos los frentes y desde todos los ángulos. Por eso les pido que hagan el esfuerzo de no caer en la peligrosa telaraña que es hacerles caso. Se lo pido por favor. Y sí, soy consciente de que todo, desde el planteamiento táctico del entrenador hasta el diseño del chándal del Atleti, es criticable. Pero desde una perspectiva propia. Contextualizando con nuestra realidad (no con la de otros) y teniendo en cuenta el camino que nos ha llevado hasta donde estamos ahora mismo. En esa tesitura estoy seguro de que nos vamos a entender. Ahora bien, si lo que se pretende es hablar de mi equipo con el lenguaje, los anhelos y los complejos atávicos de los que tienen secuestrado el micrófono, conmigo que no cuenten. Y si, por lo que sea, te ves repitiendo los mismos argumentos que utiliza la gente que normalmente nos desprecia, si coincides en el análisis de los que sólo ven al Atleti cuando se enfrentan contra su equipo (el equipo, me refiero), si empatizas con ese engreído que suele celebrar públicamente nuestras desgracias, honestamente, háztelo mirar. Algo está fallando.
Así que, volviendo al principio, aguanten. Solamente queda una semana. Después de esto, la caravana de la fe verdadera se marchará con la fanfarria a otra parte, en busca de su siguiente víctima. Por el camino habrá dejado resaca y lodo, sí, pero ya tendremos tiempo de limpiar y de aclararnos entre nosotros. Mientras tanto, para pasar la murga, quizá lo que deberíamos hacer es lo que hicieron los trilleros del pueblo segoviano de Cantalejo en el siglo XII: inventarse un idioma, la gacería, que les permitía reconocerse y comunicarse entre ellos cuando salían a ganarse la vida por esos mundos de Dios.
Hablemos de fútbol
Porque de eso se trata, ¿no?
Si quieres leer la crónica del Madrid-Atleti que escribí para Ctxt.es lo puedes hacer aquí:
Y ahí van cinco apuntes personales sobre el partido (que seguramente no compartas y sobre los que me encantará discutir):
1/ Durante toda la semana se nos ha vendido desde los altavoces del nacionalmadridismo que no ganar en el Bernabéu era poco menos que imperdonable, puesto que el Real Madrid llegaba mermado. Sería algo de “equipo pequeño”, he llegado a escuchar en la voz de algún ilustre cuñado. Ya me conozco yo esa cantinela. Desgraciadamente, estamos muy acostumbrados a que el mal manipule las expectativas de los demás, pero no voy a caer en algo tan burdo. La mitad del Atleti que se enfrentó el martes al vigente campeón de Europa era: Lino, Javi Galán, Barrios, Giuliano y Lenglet. ¿Quién lo hubiese imaginado el pasado verano? Piensen cuántos de estos jugadores habrían jugado como titulares en el equipo “mermado” que tenían enfrente. De hecho, la lectura correcta de cualquier analista debería ser justo la contraria: tiene mucho mérito competir de tú a tú contra el Real Madrid. Porque puestos a elaborar discursos demagogos, quizá deberíamos entender como un rotundo fracaso que el equipo que paga en gloria, el que todos sus jugadores son botas de oro potenciales, no golee en cada partido a sus rivales.
2/ Es muy complicado sobrevivir a un partido de Champions contra el Real Madrid, en octavos, en el Bernabéu y encajando un gol a los cuatro minutos. Es lo primero que pensé cuando todavía me lamentaba por tener que afrontar una cita así con Javi Galán y Lino en el lateral izquierdo. Pero el Atleti lo hizo. Y lo hizo además con mucha personalidad, que es una característica reservada para los equipos grandes. No es la primera vez este año que el equipo sale indemne de situaciones parecidas. Y nos hemos acostumbrado a que sea así, pero no siempre lo ha sido.
3/ A mí, el Atleti me encantó durante el tramo que va desde unos pocos minutos antes del gol de Julián y hasta el gol de Brahim. No me escondo. Creo sinceramente que hizo un buen partido en esa fase del encuentro. Dominando el juego, con y sin balón, buscando el área contraria y controlando absolutamente a un equipo que lo mejor que tiene es su carácter letal frente a los errores del rival. El problema fue no traducir ese dominio en goles, que es lo único que cuenta en esto del fútbol. Pero obviar ese tramo de juego por lo negativo del marcador, o por la forma con la que el equipo encaró el final del partido, me parece algo injusto y oportunista.

Denis Doyle / Getty
4/ Este Atlético de Madrid que pelea por todo, para bien o para mal, se sustenta en una columna vertebral muy evidente, que rezo todos los días para que no coja frío: Oblak, Giménez, De Paul y Julián. Sí, saco a Griezmann de la ecuación. Supongo que habrá diversidad de opiniones (os animo a dejarla en comentarios), pero yo lo tengo clarísimo. A Oblak y Giménez ya los conocíamos. Lo de Julián es estratosférico y no pasa un día en el que no agradezca a la providencia que el argentino tuviese a bien venirse con esta familia. Lo de De Paul sorprende más, porque personalmente no apostaba un duro por él. Pero es un jugador sobresaliente y diferencial. Lo estamos viendo. Ahora mismo, el Atleti llega donde llega él.
5/ Y para terminar, voy a dar mi opinión sobre lo que hizo Simeone en ese último tramo de partido tan controvertido. Por resumir, yo hubiese hecho exactamente lo mismo. Con el gol de Brahim el Atleti se deshizo. En parte, por la carga anímica que supuso para los locales; en parte, por el palo anímico que supuso para los colchoneros; y en parte, porque salió Modric y se quedó con el balón. En esos minutos vi a un Real Madrid reconocible, con varios jugadores extramotivados, con el público encendido (sólo se enciende cuando van ganando), con el equipo blanco metiendo fácilmente balones al área y con la sensación de que se encontraban cómodos. Fue el peor tramo del partido y a mí, honestamente, me entró miedo. Sí, porque antes de empezar soñaba con dejar la eliminatoria abierta para la vuelta y seguramente otro gol merengue hubiese acabado con esa posibilidad. Veía factible que esto ocurriera, así que agradecí el paso a defensa de cinco. Lo juro. Tengo testigos. De hecho, el cambio hizo que el peligro se cortase en seco y el Madrid no volvió a molestar a Oblak, hasta la cagada épica de Nahuel Molina en el último minuto. ¿Renunció el Atleti al ataque? No lo veo así. Creo que optó por priorizar la defensa. ¿Es una decisión cobarde? Tampoco lo creo. Es más, llegado a este punto, hay que ser muy necio (pero mucho) para tachar a Simeone de falta de ambición. En todos mis años como rojiblanco, y son ya unos cuantos, no he conocido a un entrenador rojiblanco con más ambición por ganar que él.


Los Byrds fueron una banda californiana, que probablemente tuvo mayor influencia en la historia de la música de lo que reflejan los números de su éxito comercial. Roger McGuinn, Gene Clark y David Crosby (a los que se unirían Chris Hillman y Michael Clarke en la primera formación) decidieron juntarse en 1964 para compartir su afición por la música folk de raíces americanas, pero sin desdeñar toda esa invasión británica, encabezada por los Beatles, que también llegaba a la costa oeste de los Estados Unidos.
En un alarde de ingenio muy propio de aquella década maravillosa, se propusieron mezclar esos dos mundos utilizando canciones de Bob Dylan y dándoles otra personalidad. Eso les llevó primero a inventarse el Folk-Rock y más tarde el Country-Rock, poniendo así la semilla de cientos de discos, artistas y bandas, que tomaron el testigo.
La canción con la que me quiero despedir es original suya, la escribió el genial Gene Clark, y aunque aparece en su primer LP (“Mr. Tambourine Man“), fue publicada por primera vez en 1965, como cara B del single “All I Really Want to Do”.
¿Por qué esta canción? Pues porque es la que sonaba en mi cabeza mientras escribía lo que está arriba. Una y otra vez se me venía a la cabeza ese icónico estribillo que dice: “probablemente me sentiré mucho mejor cuando te hayas marchado” (“I’ll probably feel a whole lot better when you’re gone”).
¡Hasta la semana que viene!

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