Los malos.

De malos de película, malas decisiones y malos tiempos para estar enamorado.

El malo.

Salvo que usted sea compatriota chino, o lleve algunos años viviendo en aquel país, lo más probables es que no sepa quién es el tipo de la foto.

El tipo de la foto se llama Kevin Lee y es un actor británico, aficionado a las artes marciales, que estaba en Pekín en el año 2013, cuando por casualidad se cruzó con un director cinematográfico local, Wu Jing, que le cambió la vida. Por esas cosas que tiene el destino, aquel encontronazo lo llevo a interpretar el papel de villano en una película china llamada “Wolf warrior”. Debió hacerlo bastante bien, porque poco después haría también de malo en “Dragon Blade”, y luego en “Kung fu Yoga”, y luego en “Super Me”, y luego en “The Battle at Lake Changjin” y así, Kevin es hoy el malo oficial de la filmografía china. La representación perfecta de lo que es un malo occidental. Si un contador de historias chino necesita retratar a un malo, lo único que tiene que hacer es mostrar la imagen de Kevin Lee.

Es decir, Kevin Lee es para el imaginario chino lo que Diego Pablo Simeone es para el nacionalmadridismo.

Los contadores de historias de la prensa deportiva (y no deportiva) española, tienen también su particular representación simbólica del mal, que es además el malo perfecto. Irrespetuoso con el equipo de “todos”, arisco con los protectores de “la verdad”, negacionista del “buen fútbol”, cobarde, pesetero, negligente, farsante, demagogo, incitador de violencia, dilapidador de talento y sobrevalorado por toda esa gente “extranjera”, que no merece respeto. Simeone es todo eso y cualquier otro adjetivo que sea reconocible para el Isidoro medio, ese amigo cuñado y triunfador que tenemos todos.

Porque hasta ese amigo cuñado sabe que cualquiera que critique a Simeone estará siempre en el lado bueno de la vida. Aunque tenga el defecto de ser seguidor rojiblanco. Es más, si usted es periodista y crítica a Simeone, aunque sea desde la ambigüedad que permite el talento, aunque tenga también el defecto de ser un poco del Atleti, podrá seguir conservando la etiqueta de periodista molón y formando parte de la mesa redonda, exclusiva y excluyente, de los medios de comunicación rentables.

La persecución mediática que Simeone ha sufrido desde las torres de control y propaganda del nacionalmadridismo ha sido feroz e implacable desde el primer día. Desproporcionada e injusta, aunque ya sabemos el concepto de justicia que maneja esta gente. Para ellos, no hay una liga ganada lícitamente. No hay un torneo que merezca un halago para el entrenador que estaba detrás (era fácil, el rival se disparó en el pie, hubo suerte…). No hay una eliminatoria superada que merezca un elogio sin matices. No hay una victoria que no venga acompañada de un agrio reproche. No hay un año que el Atleti quede por encima de sus expectativas y que las expectativas no sean las de un mediocre.

Si uno echa la vista atrás, es fácil acordarse de aquella liga que el Atleti ganó de forma ilegítima, porque no valían los goles de cabeza o las jugadas a balón parado. Aquellos torneos que los rojiblancos no debían haber ganado porque los que saben de esto decían que jugaban “mal” y ofendían al “buen fútbol”. Aquel encerrarse como cobardes que luego, pocos años más tarde, ejecutado por el equipo de “todos”, se transformó en una forma muy inteligente de posicionarse en bloque bajo. Aquel equipo que sólo sabía dar patadas cuando las estadísticas demostraban todo lo contrario. Aquel equipo dirigido por un tipo sin ambición, pero que, curiosamente, consiguió ganar todos los títulos posibles, excepto uno; ese que rozó por dos veces y que le robaron miserablemente la segunda de ellas. Uno recuerda también como Simeone se iba a cargar a Griezmann y el francés acabó siendo el mejor futbolista del equipo que ganó el Mundial. Recuerda que fue tremendamente injusto con estrellas como Jackson Martínez, Gaitán, Vitolo, Oliver Torres o Vietto, que después, fuera de las garras represivas de Simeone, demostraron claramente lo que podían hacer. Me acuerdo como los analistas más duchos decían lo negligente que era eso de no utilizar a canteranos de la talla de Manquillo, Bastón, Mollejo, Keidi o Camello, que más tarde, ya sin el yugo asfixiante del Cholo, han demostrado su verdadera valía. Eso sí, nadie se acuerda de que Lucas Hernández, Thomas, Koke, Saúl o Barrios, también canteranos, llegaron a la élite de la mano de nuestro Kevin Lee porteño. Y mejor ahorrarse el momento épico en el que los rapsodas del fútbol apostaban por quedarse con Joao Félix y laminar al entrenador que estaba frenando la posibilidad de conseguir algo grandioso. O más recientemente, sorprende ver que los delanteros de la mejor plantilla de la historia (porque el año pasado, acuérdense, teníamos ya la mejor plantilla de la historia), esos con los que Simeone fue incapaz de hacer “nada” (llegó a cuartos de la Champions), están hoy jugando en Turquía y en Brasil.

Y si todo esto fue en la victoria, imagínense cómo ha sido en las derrotas. Aunque no hace falta rememorarlo, porque acabamos de verlo en estos últimos días en los que los fusileros habituales han vuelto a sacar sus viejas escopetas de precisión.

A estas alturas, sin dejar de parecerme repugnante, he aprendido a sobrevivir en este escenario. Lo que llevo muy mal es ver todas esas octavillas de propaganda que el nacionalmadridismo lanza a diario, de forma insistente, sobre los ghettos colchoneros. Lo llevo muy mal, porque veo que les está funcionando y que el barrio se nos está llenando de colaboracionistas. Porque no se trata de discutir los cambios, el 4-4-2, dónde se debe colocar la línea defensiva, si hay que adelantar la presión o los minutos que debe jugar Sorloth. Eso lo podemos discutir tranquilamente, en cualquier momento. Esto es algo que va más allá y que es más importante. O estás con nosotros, o estás con ellos.

Molon labe

Ha pasado más de una semana desde el espeluznante atraco perpetrado en el Metropolitano. Una semana en la que nadie, fuera del rodillo mediático o del entorno madridista (que es lo mismo), ha tenido la vergüenza de intentar defender la legitimidad de lo que ocurrió. Los titulares de prensa de medio mundo, como mínimo, se cuestionan la validez un suceso tan insólito. La otra mitad habla directamente de escándalo.

Pero aquí no, claro. Aquí, en esta dictadura de tintes norcoreanos, “todo el mundo” lo vio cristalino en apenas treinta segundos. Aquí, donde la prensa deportiva se ha transformado en algo que navega entre lo que sería el gabinete de propaganda de una república bananera y el show de Jerry Springer, la opinión de gente tan acreditada, ecuánime y poco sospechosa como Maldini, Guti, Cañizares, Siro López o Toñín el Torero eclipsa la de conocidos ultras rojiblancos como Van Basten, Lineker o Shearer (sí, los tres han dicho que fue una vergüenza).

El tema es muy grave, como prueba el hecho de que el Aparato esté intentando taparlo de forma apresurada y torpe. Porque esto no es una mano que vete tú a saber, o un señor en fuera de juego posicional cuya influencia es interpretable. Ni siquiera es fácil encajarlo en el tradicional apartado de la mala suerte, de los errores “aleatorios” y fruto de la debilidad humana o de la “magia” de las noches de Champions. En este caso, me temo, es mucho más fácil acreditar que no fue un error a que sí lo fue.

En la era de la inteligencia artificial y de los dispositivos digitales de alta definición, la herramienta que empleó la UEFA para justificar que la decisión fue “correcta” (podía haber admitido el error arbitral y dejarlo todo como estaba) fue publicar, veinte horas después, una imagen borrosa, cutre, desde un ángulo extrañísimo, que tenía la calidad de un cámara del Toys R Us y la definición de un juego del Spectrum 48k. Raro. Un vídeo extraño, en el que se sigue sin ver nada, pero en el que aparece un fantasmagórico movimiento del balón justo antes del golpeo. Un movimiento que, para sorpresa de nadie (curioso), no aparecía en cualquiera de los cientos de miles de tomas que quedaron registradas durante la retransmisión en directo. Un movimiento en el que la pelota no gira, lo que es físicamente imposible (y si quieren se lo explico). Un movimiento que parece más el desplazamiento de una foto fija que otra cosa. Fíjense si será raro, que hasta las rotativas del Aparato se atreven a publicar la sospecha de que el vídeo pudiera estar manipulado.

El video está manipulado. Dejémonos de hipocresía. Hay docenas de explicaciones similares e inequívocas, si uno se toma la molestia de salir de ese camino de baldosas amarilla que es la prensa oficial. Es un clamor, además. Y todo eso sin entrar en las razones que tenía el VAR para entrar en una jugada así o en la sorprendente diligencia con la que el árbitro tomó una decisión trascendental en apenas unos segundos.

Por eso se entiende tan mal la posición cobarde, miserable y deshonrosa que ha tomado la dirigencia del Atlético de Madrid en todo este tema. No conozco un solo colchonero que no esté todavía indignado con el asunto. No conozco a nadie que tenga un mínimo de cariño por el Atlético de Madrid y que no se sienta estafado, dolido y desamparado por su Club. No conozco a nadie que no tenga ganas de defenderse delante de quien sea o de pelear contra cualquiera, con tal de esclarecer la verdad.

Pero en un decisión imposible de entender desde los parámetros de la lógica común, la cúpula de la Sociedad Anónima Deportiva que tiene secuestrado al Club ha decidido no hacer, o decir, nada. Solventó el asunto con patético (y hasta insultante) comunicado de prensa a la agencia EFE y ya está. “No hay nada que ganar”, dijeron. ¿En serio? ¿Y eso se atreve a decirlo alguien que pretende vendernos un producto que no gana títulos de forma recurrente, pero que apela a los sentimientos y la singularidad del seguidor rojiblanco para comprarlo? ¿Se puede tener más caradura? ¿De verdad hay alguien ahí dentro que ha decidido que no tener la seguridad de “ganar algo” es razón suficiente para dejar tirados a cientos de miles de aficionados?

Qué poco nos conocen. O bueno, qué poco les importamos.

Porque lo mismo esa caterva de exalumnos engreídos de MBA se piensan con los aficionados al Atlético de Madrid somos unos lemmings de corazón hueco, que se contentan con piruletas, camisetas feas y piscinas de olas. No, queridos. Esto es distinto y deberíais saberlo. Aquí somos como los espartanos, cuando sitiada ya la ciudad por los persas, estos les exigieron deponer las armas en la Batalla de las Termópilas. Era evidente que no había “nada que ganar”, pero Leónidas, en nombre de su pueblo, respondió lo que respondería cualquier colchonero de bien: "Molon labe" (Ven y tómalas).

Post Data: se dice, se comenta, se rumorea que el estadio Metropolitano es el mejor colocado para albergar la sede de la final de la Champions League del año 2027.

Es una decisión que tiene que tomar… la UEFA.

Todo encaja como un puzle sideral

The Jayhawks son uno de mis grupos favoritos. Partamos de ahí.

La banda de Gary Louris (que durante un tiempo lo fue también Mark Olson) es una de las que mejor se ha movido dentro de esa etiqueta líquida que denominamos Alt-Country, para llevar su música hasta lugares que personalmente me han hecho muy feliz.

Tienen álbumes fabulosos (Tomorrow the Green Grass, Hollywood Town Hall, Rainy Day Music…) y un buen puñado de canciones mágicas que conforman una de los repertorios más imbatibles que existen hoy en día.

Pero me quiero despedir con una versión. Esta maravillosa “Bad Time”, escrita y publicada originalmente por Grand Funk Railroad, en la que los de Minnesota nos alertan de que son malos tiempos para estar enamorado.

Como nota curiosa, la voz femenina que aparece en los coros esa la de Sharleen Spiteri, debilidad personal y cantante de la banda escocesa Texas.

¡Hasta la semana que viene!

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