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"Socios" felices
De "socios", engaños, expectativas y aguas sucias.
¿Socio?

Si usted es abonado del Atlético de Madrid, el pasado lunes habrá recibido un correo electrónico alertándole de que, entre los días 10 y 15 de abril, el Club le hará pagar la “cuota de socio” de la temporada que viene. ¿Por qué ahora? se preguntará usted.
Buena pregunta.
La explicación que aparece en la escueta misiva que nos avisa de semejante atraco es tan delirante, que supera cualquier chiste que yo pueda hacer ahora mismo. Cito textualmente: “Dado que las temporadas deportivas acaban a finales de mayo, es necesario adelantar unos días la fecha de renovación de tu condición de socio, para que no dejes de serlo en ningún momento. Así, el cobro por banco de tu cuota de socio se realizará a partir de ahora en la primera quincena de abril, activándose tu carné de socio de cada nueva temporada desde el 1 de junio de cada año”.
Y digo yo, ¿Por qué el carné necesita mes y medio para activarse? ¿Hay que forjarlo en piedra? Es más, ¿Por qué tendría que dejar de ser “socio” al acabar las “temporadas deportivas”? ¿La Copa del Mundo de Clubes que el Atleti disputará el 15 de junio no forma parte de las “temporadas deportivas”? ¿Por qué las “temporadas deportivas” acaban “a finales de mayo” si los contratos de los futbolistas terminan a 30 de junio? ¿Por qué sitúan el punto de inflexión al final de las “temporadas deportivas” y no al principio de la siguiente, que es cuando se conoce el equipo de la temporada que voy a disfrutar como supuesto “socio”? E insisto, ¿Desde cuándo “unos días” significa un mes y medio?
Pero el drama, con todo, no es este. Por encima de todo este grotesco esperpento revolotea algo que va mucho más allá y que es mucho más sangrante: ¿Qué narices es eso de la “cuota de socio”?
Acompáñenme en esta espeluznante historia de terror.
Comencemos por lo obvio: el Atlético de Madrid no tiene socios. Y esto es información, no opinión. Siento ser aguafiestas. Es cierto que una vez los tuvo, y puede que usted lo fuese (yo lo fui), pero eso fue antes de que el Atleti se transformarse en Sociedad Anónima Deportiva (SAD). Las personas que entonces, antes de ese fatídico momento, pagaban su cuota mensual al Club Atlético de Madrid eran efectivamente miembros de una asociación con derecho a, por ejemplo, elegir al presidente del Club. Ahora no son miembros de nada. Ahora las únicas personas vinculadas societariamente con la entidad son los accionistas. La cuota mensual que usted paga es simplemente una entrada que le da derecho a ver los partidos en el estadio y también a que le hagan descuento al comprar el llavero de Indy.
Desde los años 90 del pasado siglo, y hasta bastante entrado ya el nuevo, el Atleti solamente tuvo abonados. Así nos llamaban en la SAD y así estaba escrito en el carné. Mi número no era el número de socio, era el número de abonado. Lo puedo demostrar. Y así continuó siendo hasta que algún avispado, de esos que siempre piensan en dinero, tuvo la brillante idea de inventarse el “carné de simpatizante”. ¿Qué era eso? Muy simple: a cambio de una pequeña cuota anual, la gente podía sentirse vinculada al Atleti (y presumir de ello a través de un carné), sin tener que pagar todo un abono. Un carné que no le vinculaba societariamente con el club, pero que tenía ventajas como conseguir descuentos en los artículos del club y la posibilidad de ver un partido de la temporada regular.
Hasta ahí, todo bien. Ampliación del negocio.
El carné de simpatizante convivió con el de abonado en buena lid. Y no hubo muchos más cambios hasta que otro avispado, puede que el mismo, decidiera introducir un cambio muy sutil, pero muy significativo. Aprovechando que, por razones históricas y porque nunca se explicó muy bien, la gente de la calle seguía llamando “socio” a los abonados del Atleti, decidieron adoptar ese término con evidentes connotaciones románticas. A partir de un cierto momento, sin montar alaracas y sin que nadie se diese cuenta, todo el que pagaba el abono del Atleti pasó a ser llamado socio (que no a serlo). Y ya de paso, los que tenían el carné de simpatizante, también. Es decir, por arte de magia, había socios abonados y socios simpatizantes.
Era gratis, así que nadie protesto. Quedaba mejor ser “socio” que ser abonado.
Entonces, llegó la pandemia. ¿Se acuerdan? Aquella terrible enfermedad interrumpió sin avisar y, por supuesto, el Club no devolvió un solo duro de todos los partidos que nos quedamos sin ver aquel año.
La temporada siguiente se jugó sin público, lo que suponía que no hubiese ingresos de taquilla. Un drama. Y claro, el Atleti, para eso sí, se acordó de sus abonados y de sus simpatizantes (“queridos socios”). En una carta lacrimógena y mal redactada (esa parte de la SAD es francamente mejorable) nos dijeron que necesitaban nuestro “apoyo”, como eufemismo de “nuestro dinero”. Le dieron muchas vueltas, pero no hacía falta ser veterinario para entender que la idea de fondo era muy simple: ¿Cómo conseguimos que esta gente pague por algo que no van a tener? Y ahí apareció una nueva idea de avispado. La mejor de todas. Y si les decimos que, en la cuota anual de abonado, además del derecho a acudir al estadio, estaba incluido también el derecho a ser “socio simpatizante” del Atleti. ¿Después de veinte años? Sonaba bastante ridículo, pero es exactamente lo que hicieron.
Aquello tenía toda la pinta de impuesto revolucionario, pero lo aceptamos por lo excepcional de la situación y por solidaridad con el equipo en unas circunstancias tan especiales. Eso sí, no había por donde cogerlo. Es más, hoy sabemos que hubiese sido más rentable que nos hubiesen aplicado una multa o nos hubiesen exigido un donativo por las malas. También nos dijeron que ese montante “solidario” se descontaría del resto del abono en el momento en el que se pudiese regresar a los estadios, como así fue, y quizá por eso tampoco le dimos más importancia.
Pero tenía trampa.
El primer año normal tras la pandemia, llegando los primeros calores, nos topamos con la sorpresa de que el Atleti, de repente, empezó a cobrarnos una “cuota de socio”. ¿Qué narices era eso?, pensamos muchos. Pues era exactamente esto que les acabo de contar y que en su momento no estaba tan claro. Con nocturnidad y de forma sibilina, ya para siempre, el Club decidió separar ese concepto de la cuota de abono. O bueno, esa es la teoría. La realidad es que lo que hizo fue incorporar un nuevo concepto de cobro. A partir de ese momento cualquier abonado debía abonar dos cuotas independientes, que tenían sus propias subidas, también independientes, cada cual más exagerada.
El Club dice que no han hecho nada raro, pero si uno amplía el foco y lo analiza desde el principio, es fácil darse cuenta de que han aprovechado la confusión para subir la cuota de abonado más de lo que lo deberían haberlo hecho.
Ingeniería del engaño de primer nivel.
¿Conocían esta historia? Pues es verídica. Pueden comprobarlo llamando a las oficinas del Club. Les contarán lo mismo que yo, aunque sin acotaciones y sin ironía.
Así que esta carta que acabamos de recibir no es más que el último episodio de un prolongado esperpento. Uno que, además, no tiene gracia. Es el enésimo abuso miserable hacia un cliente cautivo, el aficionado del Atleti, que sólo le interesa al Club, perdón, a la SAD, como elemento exprimible. Es la última ocurrencia de una dirigencia que para otras cosas no, pero para esquilmar a sus clientes es sumamente diligente.
El gemelo feliz.

Al igual que ustedes, esta semana estoy padeciendo esto que llaman parón de selecciones. Una tortura en mitad de abril, que personalmente encuentro innecesaria. Y no es que no me guste el fútbol de selecciones, porque disfruto mucho de mundiales y de Eurocopas, sino que creo que no tiene mucho sentido, más allá de puramente monetario, eso de incrustar competiciones puramente especulativas, justo en el momento más crítico de la temporada.
Pero es lo que hay, y durante dos semanas los aficionados al balompié deben trasladar su atención a otro lado. Me encanta esta selección, sus jugadores, pero me cuesta prestarle atención fuera de las grandes citas. En parte, porque detesto a su seleccionador, que me parece un buen ejemplo de mamporrerismo y de cómo la meritocracia es algo que no existe en España. Y en parte también, porque me cuesta empatizar con algo que mediáticamente se vende como un anexo del nacionalmadridismo. Ya saben a qué me refiero. “La España de Asencio”. Los periodistas que siguen a la selección son los periodistas que normalmente siguen al Real Madrid. Los locutores que narran a la Selección son los locutores que normalmente narran al Real Madrid. Los tipos que escriben las crónicas de la Selección son los tipos que normalmente escriben las crónicas del Real Madrid. Y así todo. ¿Por qué tiene que ser así? Pues porque así lo dice el himno de este país democrático llamado España: “Madrid, Madrid… y nada más”.
Pero desviando la mirada a los suburbios colchoneros, tampoco me seduce mucho lo que encuentro ahí. Lo único que veo son rumores de fichajes, rumores de bajas y emocionantes cuentos de princesas en torno a lo que será la plantilla del año que viene. ¿Por qué? ¿Qué necesidad hay de especular sobre algo que no va a ocurrir?
Desde el punto de vista estadístico, sabemos que uno de cada cien rumores será verdad. Buena gana de sufrir por todos y cada uno de ellos. Desde el punto de vista histórico, sabemos que es raro que el Atleti invierta en jugadores, antes de dilapidar una parte de la plantilla. Buena gana de cabrearte por algo que no va a pasar. Y es que, no lo olviden, estamos todavía en plena competición. Los que están ahora son los que nos van a llevar hasta el siguiente episodio. Nos guste, o no.
Yo lo veo así. Dos gemelos llegan a casa con las notas de su examen de física. ¿Qué tal?, le preguntan al primero. Fatal, contesta éste. ¿Y tú?, le preguntan al segundo. Yo muy bien, la verdad. ¿Qué esperabais sacar? Yo un diez, dice el primero. Yo quería hacerlo lo mejor posible, dice el segundo. El primero estaba llorando por haber fracasado. El segundo estaba feliz por haber conseguido su objetivo. Bueno, ¿Qué habéis sacado? preguntaron finalmente. Y los dos respondieron al unísono: un siete.
Algún día el segundo sacará un 10 y será todavía más feliz. Algún día el primero sacará un 10 y, por fin, se sentirá momentáneamente satisfecho.

Play ball!
¡Pero hoy empieza la temporada regular de béisbol!
Sí, el que escribe es aficionado a ese deporte tan poco dinámico y que poca gente entiende a este lado del Atlántico. Cosas de la vida, qué quieren que les diga. Ahora tengo por delante 162 partidos de mi equipo, de aquí a octubre, para saber si se clasifica a los play-offs, después de unos años de sequía. Y por aclarar, mi equipo es el de Boston, claro. Los flamantes Red Sox (aunque me gustan también los los Cubs y los Mets, que juegan en la otra liga).
El béisbol está lleno de tradiciones que me encantan, muchas de ellas emparentadas con la música. Y es típico, por ejemplo, que el público de Fenway Park (el estadio de los Medias Rojas) se ponga a cantar “Sweet Caroline” después de la séptima entrada, pero me voy a despedir con otra canción emparentada con los Red Sox.
¿Por qué? Pues porque The Standells son seguramente uno de mis grupos favoritos de garage y porque este “Dirty Water” es prácticamente el himno no oficial del equipo.
“I love that dirty water... Boston, you're my home!"
¡Hasta la semana que viene!

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