Los ojos de los "indios".

De identidades, música escondida y fuck off.

Los ojos de los “indios”.

Es fácil que dos nativos de Groenlandia se reconozcan como tales a simple vista. Basta con que junten las miradas y se fijen en esos ojos almendrados, o en esos párpados estrechos, que tan bien conocen. Sí, porque son dos características que no sólo les identifica, sino que también definen su identidad. No son el capricho de la providencia, o de un dios bromista, sino el fruto de años y años de adaptación evolutiva al duro entorno que les ha tocado vivir. Los ojos más pequeños ayudan a limitar la exposición a la luz ultravioleta que refleja la nieve. Los párpados estrechos, con pliegue en la parte interna del ojo, ayudan igualmente a protegerse del reflejo de la luz, pero además les sirve para prevenir el efecto del viento helado.

Los inuit tienen los ojos así porque son inuit y no al revés.

Me ha venido todo esto a la cabeza pensando en los ojos de otros “indios”. Los del antiguo Manzanares y los de ambos Metropolitanos. Los que adoptaron como etiqueta orgullosa ese epíteto que el enemigo les lanzó en forma de insulto. Los que dicen que luchan como hermanos, derrochando coraje y corazón. ¿Cómo son esos “ojos”? ¿Cómo han evolucionado? ¿Cómo se han adaptado a un medio que, poco a poco, se acerca a la hostilidad de un ártico frío y aislado? ¿Qué es lo que hace que dos colchoneros que nunca se han visto antes se reconozcan en mitad de una aburrida reunión de trabajo? ¿Es esa forma tan particular de encarar la vida que adoptan los que superan contratiempos en los que otros sucumben? ¿Es ese sarcasmo con el que hay que combatir un régimen absolutista que monopoliza los micrófonos, las columnas y las cámaras? ¿Es el ingenio que hay que desarrollar para colarse por las rendijas de un sistema que no te reconoce y en el que estorbas? ¿Es la placentera sensación de comunidad que da el ser leal a una causa maravillosa que los demás no entienden y que por eso desprecian? ¿Es la alegría del que sabe disfrutar del camino independientemente de cómo sea luego la meta? ¿Es la tranquilidad del que busca más, pero que es feliz con lo que ya tiene? ¿Es estar convencido de que el fútbol es una herramienta maravillosa para adentrarse en la cultura Pop y para hablar de la vida?

No lo sé, pero llevo muchos años pensando en ello.

Y por lo que parece, he encontrado una esquina para seguir haciéndolo.

Si te apetece acompañarme en el viaje, sólo tienes que suscribirte a esta cosa que todavía no sé muy bien cómo funciona (y te pido un poco de paciencia por ello). Y si no, seguro que nos cruzamos en algún otro sitio.

Fuck off!

Los que se sacaron de la manga la “zona dogso” para justificar la expulsión de un jugador del Atalanta en un partido del Champions contra el Real Madrid; los que acunaron el término “preasistencia” para explicar que esa acción dudosa que favorecía al “equipo de todos”, por lo que sea, ya no era dudosa; los que hablaban de “penalti residual” para justificar que lo que siempre había sido nada ahora era un claro penalti; los que incluso han llegado a decir, con condescendencia y voz engolada, que “a la tercera es falta”, todos esos, nos han aclarado esta semana que no tenemos ni idea inglés.

¿El motivo? Algo completamente inédito: han expulsado a un jugador del Real Madrid por hablar con desprecio a un árbitro. ¡Habrase visto! Y no han expulsado a un jugador cualquiera, no. Han expulsado a uno que, según los trovadores de la noche y los programas de teleñecos, es “muy buen chaval”.

En línea con los modos y formas de la época dorada del periodismo deportivo, las redacciones de los medios más populares, azuzados seguramente por el Gran Hermano, han trabajado denodadamente para explicarle a la gleba lo que tiene que opinar. Han llegado incluso a llamar a una presunta profesora de inglés (que por una casualidad inocente estaba vinculada con Real Madrid TV) para demostrar que la expresión “Fuck off” es el equivalente en castellano a: “lo que guste vuesa merced”.

Y ya estaría. Porque, evidentemente, no se puede expulsar a un jugador por expiar sus cuitas internas mediante un término inocente que, según nos dicen los que saben de esto, se usa constantemente en las conversaciones más formales de la Pérfida Albión. Es fácil de comprobar, además. Dígale “fuck off" al policía que le sella el pasaporte en Heathrow y verá cómo le sonríe con complicidad. Dígaselo al primer británico que se encuentren paseando por Benidorm y verá que los profesionales de la información deportiva estaban en lo cierto.

“Te olvidas del contexto”, me dirá algún tuitero. El contexto, querido amigo, es que un futbolista se estaba dirigiendo a un árbitro. Es decir, el contexto es que lo que hizo el próximo premio nobel de la paz se parece más a hablar con un policía de frontera que a hacerlo con su colega el Richard.

Y claro, “el equipo de todos” está muy disgustado con todo esto. Es normal. Es incomprensible que la misma persona que diez días antes te había ayudado generosamente a eliminar al Celta en la Copa del Rey (rutina) se atreva ahora a expulsar a un jugador, simplemente porque éste le ha mandado a tomar por culo. Desde esa honorable entidad no entienden que el colectivo arbitral haya dejado de favorecerles (que es a lo que se refieren cuando hablan de que les perjudican) y por ello se postulan como el bálsamo de fierabrás que arreglará el fútbol español y un estamento, el arbitral, que para el resto del mundo, los que viven fuera de Matrix, huele a rancio desde hace cien años. Que Dios nos coja confesados.

Erik Voeks es un tipo australiano (poca gente sabe esto), afincado en Kansas City, que en 1993 grabó un disco maravilloso llamado: “Sandbox”.

No conozco a nadie que haya escuchado ese álbum y que no le parezca fabuloso, pero fueron pocos los que lo escucharon en su momento y todavía menos los que lo escucharon después. Erik es hoy un tipo encantador (doy fe), excelente músico, que, porque el mundo es como es, no vive de la música.

No es el único artista que no puede vivir de su arte y precisamente por eso tiene hueco en esta esquina del ciberespacio.

Te recomiendo que le des una oportunidad a este “Sandbox” que a mí, y a unos cuantos, nos enamoró hace años, cuando éramos jóvenes.

Está en Spotify, así que es fácil:

Y si no, al menos, escucha “Hannah”, que es una de mis canciones favoritas de ese disco.

Nos leemos la semana que viene.

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