Odios

De virtudes, odios y tipos de grandeza.

Odio amigo.

En mis clases de filosofía de BUP (sí, soy así mayor) aprendí que la virtud es el justo intermedio entre dos extremos igualmente viciosos. Es decir, según Aristóteles, virtud es precisamente lo que no hay últimamente entre los colchoneros, cuando se trata de analizar la actualidad de su propio equipo. Y es que antes de hablar de hurtos, toques fantasmas o el enésimo fenómeno paranormal protagonizado por el colectivo arbitral, uno que, como no, ha vuelto a favorecer al Real Madrid, quiero pararme un momento en esto.

El pasado domingo por la tarde, tras la dolorosa derrota del equipo en Getafe, tuvimos el privilegio de asistir a un nuevo episodio de ese desgarrador drama rojiblanco que florece en las redes sociales (y fuera de ellas) cada vez que el equipo pierde. Como suele ser habitual desde que el Atleti se ha convertido en un equipo que pierde poco, qué ironía, la yihad histérica resucitó de su hibernación forzada, que suele durar exactamente lo que dura la última racha de victorias, para tomar el centro del escenario y repartir su ya clásico repertorio de reproches, descalificaciones y pesadumbre. El nivel de odio es tan extremo en casos así, que a veces cuesta asimilar que estemos hablando de fútbol.

Pero más allá de juicios gratuitos sobre cualquier cosa o de lecturas técnicas que vienen de perfiles más que cuestionables, molesta particularmente tener que asistir a ese constante torrente de insultos cavernícolas contra algunas figuras colchoneras. Algo que no es que sea impropio de alguien que dice emocionarse con los colores rojiblancos, es que debería quedar fuera del repertorio de un humano mínimamente habilitado para ejercer de ciudadano. Un odio cruel e ingrato, que me imagino supura desde esa inmediatez agresiva con la que parece que ahora tenemos que convivir, y que muchas veces se ejerce contra futbolistas que han demostrado con creces su compromiso con el Club, que han ganado partidos imposibles, que han conseguido ligas o que han sacado adelante eliminatorias que nos hicieron tocar el cielo. Como si el error no fuese posible o cualquier desviación sobre la perfección fuese siempre voluntaria y punible.

Pero por encima de los jugadores, suele ser Simeone el epicentro de toda esa ira. Es el objetivo favorito de los artistas del mando a distancia, de los ministros del “ya te lo decía yo”, de periodistas cool que pretenden seguir siéndolo y de otros “colchoneros” que se ganan la vida en la nómina del enemigo. Porque discutir sobre la defensa de cinco, la forma de atacar o si debería haber jugado Mengano o Zutano, está muy bien. Todo es debatible desde un punto de vista deportivo (o debería serlo). Lo que no es de recibo es cuestionarse a estas alturas la capacidad, el legado y la figura de Simeone. Que cualquiera pretenda poder juzgarlo con el crédito que pondríamos darle a un señor desconocido que acabase de llegar y no con el de un tipo que lleva doce años demostrando lo que es para este equipo, es inconcebible. Porque, sinceramente, suena paradójico que se tache de falta de grandeza precisamente a la persona que te ha llevado a poder disfrutar de ella. Pero oye, @Isidoro3434_ATMff, “amigo de sus amigos”, me acaba de decir en Twitter que Simeone es un “cagón” y que “no tiene ni puta idea”. Qué sabré yo.

Más allá de lo desagradable que resulta navegar por ese detritus, y lo difícil que es flotar en él, lo curioso del asunto es que pocos días antes, pocas horas antes, incluso, el mantra que centraba la actualidad colchonera era otro bien distinto: “el Atleti tiene la mejor plantilla de su historia”, decían los que tienen secuestrado el micrófono. “Es un equipo diseñado para pelear por todo”, repetían los animadores socioculturales de la información deportiva. Y claro, a ese barco se subieron también algunos artistas del mando a distancia, ministros del “ya verás como”, periodistas y colchoneros, para construir un emotivo relato de héroes, dragones y leyendas que, lógicamente, solamente podía llevar a la melancolía. “El Atleti debe pelear de tú a tú con Madrid y Barcelona”, decían. “No ganar la Copa sería un fracaso”, decían. “El Atleti ha tirado la Liga”, decían. ¿En serio? ¿Cómo se puede tirar algo que no tienes?

Y pocos días después, va el Atleti y juega el partido de vuelta de Champions contra el Real Madrid…

Si quieres leer la crónica que hice para ctxt.es del Getafe-Atleti, lo puedes hacer aquí:

Odio enemigo.

Todos los que estuvimos el miércoles en el Metropolitano vivimos una noche única. Para lo bueno y para lo malo. En la parte positiva, sin duda, está la disposición del equipo y ese estadio vibrante, que seguramente ayudó a meter el primer gol del partido. En la negativa, y más allá de la eliminación (algo que entraría dentro de la categoría del deporte), está el haber tenido que asistir a una nueva estafa. Tener que sufrir ese momento grotesco en el que la UEFA, llevando a una nueva dimensión el esperpento que esta organización representa, decidió que esa marca comercial llamada Real Madrid, esa que tanto dinero trae desde mercados complicados como América o el Medio Oeste, no podía quedar eliminada en octavos de la Champions League.

Todos los que asistimos anonadados a una nueva entrega de las ya clásicas interpretaciones apócrifas del reglamento, todos los que definitivamente perdimos la fe en una “competición” que ha estado podrida desde su nacimiento, todos los que no somos ultras del Real Madrid, para entendernos, sabemos que este nuevo delito quedará sepultado bajo el cemento argumental de ese rodillo mediático que controla los mensajes oficiales. De hecho, veinte segundos después de producirse la anulación fraudulenta del penalti de Julián Alvarez, los avezados “profesionales” de Movistar, TODOS, vieron claramente lo que veinte horas después nadie ha podido ver con claridad. Son enternecedores. Bueno, no. No lo son.

El tema es tan burdo, que no voy a caer en la trampa de perdernos en tecnicismos. Tampoco voy a intentar analizarlo desde la lógica del método científico, porque eso sería como entretenerme en el estilo lingüístico de una carta cuyo contenido dice que me están embargando la casa. Eso es lo que quiere que hagamos la Internacional Farisea, ese Think Tank semiclandestino que maneja los medios de comunicación, y no voy a pasar por ahí. No, porque no tiene un pase. Ni microchips, ni interpretación de reglas, ni precedentes, ni frames, ni historias verbeneras. Sé que unos, eufemísticamente, hablarán de “mala suerte”. Otros, más cercanos a esa hipocresía ultra que es la que, a la postre, nivela las nóminas, lo denominarán “aplicar el reglamento”. Yo, desde esta esquina miserable y minoritaria, lo llamo robo. A mí se me pasó ya la edad de estar preocupado por lo que “los importantes” puedan pensar de mí.

Pero si aun así tienen interés por la parte puramente técnica, aquí les dejo un editorial interesante:

Hablar de fútbol en circunstancias así sólo tiene sentido si tu objetivo es desviar la atención. Y no es mi objetivo. Por suerte o por desgracia, yo no soy uno de esos analistas que son consciente de lo que ha pasado, pero que tienen miedo de perder su sitio en el juego de las sillas. Yo no tengo razones para ser mentiroso o para no decir lo que siento. Pero al menos voy a dejar un par de apuntes sobre el lado deportivo:

  • La primera parte del Atlético de Madrid (y gran parte del resto del partido) fue excelente. Maniató a un rival que tiene más calidad y que técnicamente es mucho mejor, al mismo tiempo que consiguió llegar a puerta muchas más veces que él. Y eso es muy difícil. El despliegue táctico y físico del equipo fue tan extremo que, volviendo al tema de la virtud, hay que tener el juicio muy dañado para atacar al entrenador o a los jugadores después de un partido así.

  • Personalmente creo que el Atleti no ganó en el tiempo reglamentario porque es un equipo sin gol, que es exactamente lo contrario que le pasa al que tenía enfrente. Así de simple. Así de crudo. Y el gol, no nos engañemos, igual que le ocurre a los errores arbitrales, no es una cuestión de suerte. El gol se paga y el Atleti lleva años pagando lo justo. La plantilla está compuesta por cuatro o cinco jugadores de élite, varios jugadores que una vez lo fueron (y ya no), un par de futbolistas solventes y mucha mediocridad. Demasiada para intentar competir con equipos que te doblan el presupuesto.

Y otro apunte más: yo salí orgulloso del estadio. Enfadado, furioso y jodido, pero orgulloso. Que no nos quiten eso, por favor. Lo digo porque hay mucho “profesional” de mente estrecha (ya saben de qué equipo), que insiste en achacarnos una especie de culto por la derrota, que no es tal. A veces lo hacen por mala fe y otras por ignorancia. Tenemos dos opciones: si se trata de alguien que al menos conserva útil una parte de su cerebro, podemos intentar hacerle ver que a la familia se la quiere por lo que es y no por lo que gana o por lo que vale; si es de los que son irrecuperables, lo mejor es invitarles a seguir comiendo su Soma diaria lo más lejos posible de nosotros.

Y lo voy a dejar aquí, recordando ese dicho popular que dice que a robar poco se le llama delito y a robar mucho se le llama conquista. Lo mismo ahí está la explicación de esa supuesta grandeza que han conquistado los otros. Esa que dicen que sirve para pagar al jugador más caro del mundo.

The Sting.

Todos hemos visto El Golpe (The Sting), esa película maravillosa de George Roy Hill, que en 1973 ganó el Oscar más importante. La he visto un millón de veces y aunque sé que la estafa que se perpetra en ella tiene un fondo de justicia poética, no sé por qué, desde el pasado miércoles no dejo de imaginarme una escena imaginaria en la que aparece Florentino Pérez compartiendo una copiosa sobremesa con Aleksander Čeferin y Antonio García Ferreras, brindando con Armand de Brignac Midas, enseñando sus dientes afilados y con esta canción de fondo…

¡Hasta la semana que viene!

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